Residentes del aeropuerto de Madrid: "Trabajo, pero no puedo pagar el alquiler"

"He estado durmiendo en un parque", dice Miguel en una grabación de audio. Había intentado, como todas las noches durante los últimos siete meses, dormir en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. Pero esta vez no lo dejaron entrar.
Aena, la empresa pública que gestiona los aeropuertos en España, prohíbe desde este jueves (24/7) a las personas sin billete de avión pernoctar en el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas.
La medida coincide con la apertura de un albergue temporal con 150 plazas, gestionado por el Ayuntamiento de Madrid, que funcionará hasta octubre.
Durante meses, el aeropuerto de Madrid ha albergado a decenas de migrantes y personas sin hogar que no tienen otro lugar donde refugiarse. Muchos trabajan, pero no pueden permitirse alquilar una vivienda.
Mientras tanto, los organismos e instituciones implicadas, principalmente el Ayuntamiento de Madrid y Aena, siguen intercambiando acusaciones sin ofrecer una solución habitacional digna y duradera para estas personas.
BBC Mundo, el servicio de noticias en español de la BBC, pasó una noche a mediados de julio con ellos, cuando todavía podían dormir en el aeropuerto, y estas son algunas de sus historias.

"Esto es temporal. Pronto conseguiré un permiso de trabajo, si Dios quiere."
Miguel confía en que su suerte cambiará en unas semanas, cuando tenga su entrevista para la visa.
Este venezolano de 28 años, que no deja de sonreír, me cuenta sus dificultades sentado en el suelo de su actual hogar: el pasillo de la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas, en Madrid.
Tiene una maleta grande donde guarda algo de ropa, mantas y un colchón que usa para dormir.
“Tengo trabajo, pero duermo en el aeropuerto porque no me alcanza el dinero para el alquiler”, me cuenta.
En realidad, Miguel no se llama así. Pide mantener el anonimato porque sus hermanas no saben que está en esta situación. «Solo se lo conté a mis padres».
Es una noche de julio, y Miguel comparte espacio con otras 30 personas. Todos llegan aquí antes del atardecer, buscando dónde dormir.
En Madrid, alquilar un piso de unos 40 metros cuadrados cuesta unos 900 euros al mes (5.800 reales), según el portal inmobiliario Idealista. El salario mínimo en España es de 1.382 euros al mes (8.900 reales).
Esto significa que alguien que gane este salario necesita gastar casi el 70 % solo en alquiler. Los expertos afirman que no debería superar el 30 %. Esta cifra refleja la dificultad de acceder a la vivienda en la capital española, aunque las cifras son similares en muchas ciudades españolas, como Barcelona, Málaga o Palma de Mallorca.
Y estos son valores inaccesibles para personas con trabajos precarios y vulnerables, como los que duermen en el aeropuerto.

Miguel llegó a España en octubre del año pasado. Llegó por temor a la situación política en su país y en medio de la ola de detenciones llevada a cabo por el gobierno venezolano tras las elecciones presidenciales del 28 de julio.
El Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela anunció la victoria de Nicolás Maduro en estas elecciones sin presentar los resultados que lo declaraban vencedor. La oposición, liderada por María Corina Machado y Edmundo González Urrutia, denunció fraude.
La organización no gubernamental Foro Penal, cuya misión es promover y defender los derechos humanos en Venezuela, registró alrededor de mil presos por motivos políticos hasta el 15 de julio de 2025. Esa cifra se ha reducido en algunas decenas en las últimas semanas, tras un acuerdo de intercambio de prisioneros entre el gobierno de Maduro y el gobierno de Estados Unidos.

Para la oposición y varias ONG, las detenciones son resultado de una persecución política, algo que el gobierno venezolano niega.
En su caso, Miguel temía ser arrestado tras verse implicado en acusaciones derivadas de un vídeo que algunos conocidos publicaron en redes sociales criticando el proceso electoral.
Relata que recibió varias llamadas amenazantes.
Con los pocos ahorros que tenía, viajó a Madrid y alquiló una habitación en un piso compartido. Pero esta situación no duró mucho.
El tipo que me alquiló la habitación me engañó y me robó el dinero. Me dejaron en la calle en Nochevieja.

Y así empezó su 2025 durmiendo en el suelo de Barajas, donde lleva siete largos meses, aunque sin perder el optimismo: "Estoy mejor. Al menos conseguí trabajo, aunque me paguen en negro".
Trabaja como repartidor de paquetes de lunes a viernes. Sus cinco horas de viaje las pasa a pie, empujando un carrito. Todo este esfuerzo le genera unos 250 euros (1600 reales) al final del mes.
Hace rendir este dinero al máximo. Parte lo destina al alquiler de un pequeño almacén donde guarda sus pertenencias; parte a su billete de transporte para desplazarse por la ciudad; y parte a su plan de celular, esencial para hablar con su familia.
"Lo que me queda son unos 145 euros (940 reales) para comer y ahorrar", dice mientras se lleva unas palomitas a la boca y me explica: "Esta es mi cena. Suelo comerla varias veces a la semana. Es barata y me llena".
Desde que durmió en el aeropuerto, Miguel se ha impuesto tres reglas: intentar comer al menos una vez al día, ducharse tres veces por semana en baños públicos y, si no está trabajando, salir a caminar y tomar aire fresco.
Hago esto para que no me afecte la cabeza. Son tres cosas básicas, pero si dejara de hacerlas, me harían creer que vivo en la pobreza. Y no es así. Para mí, esto es algo temporal.
“Ya quiero volver a mi país”Es en ese momento cuando se acerca María.
Ella también es venezolana, de 68 años. Miguel le ofrece unas galletas que recibió de unas mujeres de una ONG. «Aquí compartimos, porque todos estamos en la misma situación», dice.
No tarda en contarnos qué espera para su futuro: "Ya quiero volver a mi país".
En Venezuela, María era enfermera y tenía una panadería que alquilaba. Viajó a España para recibir mejor tratamiento médico para su hijo, que es autista.
"En cuanto aterrizamos, se enfermó y gasté todo lo que tenía en medicinas".
Llegó aquí hace cinco meses como turista, pero ante esta situación, tuvo que quedarse. "Encontrar trabajo es difícil y no puedo dejar a mi hijo solo", explica.
Intentó dormir en albergues, pero terminó en Barajas. Duerme con su hijo al final del pasillo. Solo tienen dos colchones, algunas sábanas, maletas en un carrito del aeropuerto y algunas bolsas.
Prefiero dormir aquí que en la calle. Es más seguro porque hay vigilancia, hay baños y es tranquilo. Al final, uno se acostumbra.

Al igual que Miguel, sigue algunas reglas básicas, como lavarse todas las noches con un cubo y lavar la ropa. «Hay que tener dignidad incluso en esta situación», añade.
Ahora ha solicitado la repatriación con la ayuda de una ONG. «Creo que pronto podré volver a casa; ya tengo casi todos los trámites».
María y su hijo ocupan un espacio junto a una mujer española que, mientras hablamos, está durmiendo.
"Nos hicimos amigas, ella está muy sola y perdida. Tiene tres hijos, pero se metió en las drogas y, bueno, yo la ayudo, la aconsejo y hablamos mucho", dice María mientras la observa con ternura y toma la mano de su hijo, que no la suelta en ningún momento.
De trabajadores a enfermosAunque el calor castiga ahora a Madrid, el principal motivo que desencadenó el traslado de cientos de inmigrantes y personas sin hogar a Barajas fue el frío y la lluvia del pasado mes de marzo.
“Aunque en Barajas llevamos años durmiendo personas sin hogar, lo ocurrido en marzo fue fuera de lo común”, afirma un voluntario.
Ante la avalancha de personas, un grupo de organizaciones sociales y religiosas bajo el nombre “Foro por la Hospitalidad” elaboró un informe en el que contabilizaban entre 200 y 400 personas durmiendo en Barajas cada día.
"No voy a defender a la gente que duerme en el aeropuerto, porque sí hay gente mala y algunos que buscan problemas. Pero son una minoría. Los demás nos portamos bien, porque solo queremos dormir", reitera Miguel.
Según datos de este informe, el 38% de estas personas trabaja pero no puede pagar el alquiler. El 46% son de origen latinoamericano y el 26% son españoles.

El estudio también destaca el perfil de las personas que duermen en el aeropuerto: “donde hay migrantes, personas sin hogar, jubilados, personas con trabajos precarios y personas con problemas de salud mental y física”, señala el informe.
Pero estas cifras ya no reflejan la situación actual en Barajas. Con la mejora del tiempo, el número de personas que pernoctan ha disminuido considerablemente. Esto también se debe a la medida disuasoria de Aena, que cerró las puertas y abrió el albergue.
“Y a este albergue se supone que debemos ir, pero no me dan lugar por mi condición de solicitante de asilo político”, dice Miguel molesto.
El Ayuntamiento de Madrid explica que solo podrán dormir en el albergue las personas empadronadas en el ayuntamiento o, en su defecto, las personas que, aun no estando empadronadas, ya hayan sido atendidas previamente por los servicios sociales municipales.
“El caso del solicitante de asilo político lo atiende el Ministerio de Migración”, explicó el departamento de política social de la ciudad, refiriéndose a la situación de Miguel.

Mientras tanto, las organizaciones sociales reclaman una mayor implicación y coordinación de todos los agentes, desde el Ayuntamiento hasta Aena, vinculada al Gobierno español.
BBC Mundo habló con miembros de varias organizaciones sociales que trabajan en Barajas. Prefirieron no revelar sus nombres ni los de sus organizaciones. Mantienen un perfil bajo tras meses de controversia y cobertura mediática que, según afirman, solo ha perjudicado a quienes pernoctan en el aeropuerto. "El asunto se ha politizado, y quienes se ven perjudicados son los más vulnerables, quienes duermen en el suelo", señala un voluntario.
Precisamente por eso, durmiendo en el frío suelo del aeropuerto y dando largas caminatas con un cochecito, Miguel lleva varias semanas con fuertes dolores de espalda. Su médico le recomendó dormir en algo blando y compró un colchón inflable.
“Me afectó los ahorros, pero duermo mejor”, me dice mientras se dispone a dormir.
Son las 11 p. m. y el pasillo está en silencio. Algunos miran sus teléfonos, pero la mayoría duerme con una camiseta sobre la cabeza para evitar que las luces los molesten.
“Fue muy difícil acostumbrarme a dormir con la luz encendida”, me cuenta Nicolás, cuyo nombre también es ficticio.
Llegó de Perú hace nueve meses y desde entonces duerme en el aeropuerto. "Trabajo en la construcción cuando puedo. Voy a las zonas donde se reúnen los albañiles por la mañana, y si me aceptan, trabajo ese día. Luego vuelvo aquí a dormir. Con lo que me pagan, no me alcanza para alquilar una habitación".
Al salir, un guardia de seguridad que custodiaba la entrada del aeropuerto se me acerca. Me dice que muchos medios de comunicación han pasado por allí y me pide:
Solo pido que traten a estas personas con humanidad. Hay personas que no hicieron eso. Y, no lo olvidemos, son personas.
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